El padre Nicanor Reyna -a quien don Apolinar moscote había llevado de la ciénaga para que oficiara la boda- era un anciano endurecido por la ingratitud de su munisterio. Tenía la piel triste, casi en los puros huesos, y el vientre pronunciado y redondo y una expresión de ángel viejo que era más de inocencia que de bondad.
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