sábado, 10 de julio de 2010

Úrsula quita las sogas

Era como hablarle a un muerto porque José Arcadio Buendía estaba ya fuera de toda preocupación. Pero ella insistió. Lo veía tan manso, tan indiferente a todo, que decidió soltarlo. Él ni siquiera se movió del banquito. Siguió expuesto al sol y a la lluvia, como si las sogas fueran innecesarias, porque un dominio superior a cualquier atadura visible lo mantenía amarrado al tronco del castaño.

(p119)

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